- B I E N V E N I D O S -



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miércoles, 18 de septiembre de 2019

LA REUNIÓN

Todo comenzó en el antiguo departamento que compartimos con mi hermano Pablo. Era un día soleado y luminoso el cual disfrutábamos con vestimentas livianas; recuerdo la simpleza de mis shorts verde oliva y mi desgreñada polera azul prusia; y la polera negra, chaqueta y pantalones de jeans que usaba Pablo. El lugar estaba vacío, no estaban nuestros muebles ni nada, se sentía desocupado pero a la vez muy ameno.

En primera instancia conversábamos sentados en aquel espacio tipo mini-bar de madera que separa la cocina de la sala. Había alegría, era especial, recuerdo mucha luz y un ambiente muy cargado de una energía de paz y tranquilidad. Recuerdo mi antiguo computador abierto apuntando hacia Pablo, estábamos hablando sobre algo y de pronto, con algo de preocupación, comenzaba a buscar en mi celular unas fechas y lugares de un par de eventos en vivo que supuestamente tenía ese mismo día (en la noche), pero no los podía hallar. Sentí una desesperación y comenzaba a retarme mentalmente, hasta que recordé que no debía estar preocupado, que estos datos no los necesitaba ahora, por lo que me obligué a volver al presente, a ese inicial mood de calma.

Luego recuerdo haber ido al balcón. El ventanal estaba abierto y la cortina blanca transparente cubría el espacio que dejaba este por completo, moviéndose con un suave vaivén que a veces incrementaba un poco. Al instante de cruzarla y salir se vino a mi una enorme y abrupta sensación de vértigo, el cual sentí desde el interior de mi pecho y estremeció todo mi cuerpo. Cuando pude darme cuenta, observé que no estaba la baranda que mi mano derecha buscaba, y estaba parado justo al borde de entre el balcón y el precipicio, por lo que retrocedí un paso atrás (con mucho nerviosismo) para pegar mi espalda al ventanal y recapacitar un poco. Observé que el color de la cerámica del balcón no era la misma, en su lugar había una de un azul oscuro. También logré divisar de manera rápida que todo el primer piso estaba lleno de montículos de esa arena gris de construcción, y habían dos personas transitando entre uno de los cerros y una pared que al parecer era verde opaco. Logré asimilar enseguida que esta parte del sueño no era nuevo, ya lo había experimentado antes.

Volví al interior del lugar con la intensión de comentarle el hecho y la sensación a mi compañero, y de pronto me encontré del otro extremo hablando con este, fuera de la puerta principal que se hallaba abierta por completo, ingresando al departamento la bicicleta Mountain bike que Pablo usa mientras le comentaba mi apreciación del hecho, diciéndole que la impronta de este suceso no era nuevo, que con recurrencia me siento cayendo libremente, y que dentro del cúmulo de sensaciones una de ellas era que quizás en alguna otra vida morí, o moriría cayendo a un precipicio, pero que no era lo que quería, le decía que pretendía llegar hasta el final como un guerrero (aludiendo al suicidio).

Posicionaba la bicicleta parada de forma normal en el antiguo espacio donde estaba la lavadora -evidentemente el departamento ya no estaba habitado- mientras seguíamos conversando lo sucedido (a pesar de que oí muy poco feedback de Pablo, era como hablar solo, o una escena donde mi hermano sólo se remitía a oír, algo muy característico de él). Lo que también era muy claro, era que estábamos preparando el espacio para un acontecimiento especial, que tenía que ver con una reunión familiar (que por nuestras vestimentas, aludí a algo más cercano a él que mío).

En un momento la sala se comenzó a llenar de gente -hombres, mujeres y niños, todos vestidos de blanco- que se sentó al rededor del espacio, abarcando las tres paredes que daban de frente a la cocina, sin discriminar ventanal y pasillo, todo fue repleto de personas que a primera y rápida vista creo no conocer. Al instante incoé el acto de saludar dándoles la mano -y a veces un abrazo- y ofreciéndoles un vaso de agua, uno por uno, comenzando de izquierda a derecha. En ese momento concluí que era familia de Pablo y que el evento importante era una reunión de esta índole con el fin de celebrar algo, pero no tardé en notar una mezcla de sensaciones que me ligaban también a mi familia.

Todo iba muy normal, parecía una escena muy común -a pesar de que las caras a vista rápida nunca me fueron familiares y por lo general me enfoqué más en mirar las manos-, hasta que me topé con un caballero de bastón al cual tampoco logro reconocer (bastón estilo clásico, café oscuro y brillante, con mango, como el de mi abuelo), que reposaba en la esquina derecha de la sala mirando hacia la cocina. Al momento de saludarlo me agaché un poco -casi en cuclillas- y me acerqué para abrazarlo, acto que aprovechó para darme un fuerte golpe en la cabeza (con firmeza pero mesura) usando su implemento, el cual pude sostener luego de eso, con mi mano derecha, mientras él pegó su cara a la mía para abrazarme fuertemente por unos segundos durante los que no hubo dolor, ni ninguna sensación, ni nada más que silencio y su fuerte aroma a persona mayor.

Cerré mis ojos para entregarme al momento, fue un lapso en el cual todo se detuvo, mi mente comenzó a llenarse de mensajes que aludían a alimentar mi cabeza, a no olvidarme de nutrirla, a medir los excesos que podían deteriorarla y a no pensar tanto, consejos que fueron entregados claramente y de forma sustancial en el instante.

Nos separamos, y consecutivamente este Ser aparenta algo semejante a un fugaz y leve desmayo el cual no representó preocupación en nadie de los presentes (de hecho, sentí una sensación contraria, constante calma y dicha en todos, y en mi personalmente, algo de emoción), las personas de nuestro alrededor se encargaron inmediatamente de reponer a este individuo a su estado inicial mientras yo continué saludando y ofreciendo agua, uno a uno, hasta llegar al final de la secuencia donde estaban las ultimas personas cerca de la puerta principal del lugar.

En este punto reconozco ciertas ganas de no continuar en este acto, pero no de forma egoísta, sino, con esmero de ocultar ante el resto ese sentimiento de emoción que hacía sentir que mis ojos se llenaban de agua que no me permitía ver, pero continué. Al final estaba la mesa de cristal, semejante a la que nosotros teníamos en nuestro comedor pero esta era redonda y mucho más compacta. Esta estaba en un principio desnuda, sin mantel, y en ella se encontraban tres niños de una edad semejante a pesar de que el tercero era evidentemente algo más pequeño (tenían entre cinco y siete años), a los cuales tampoco logro diferenciar ni en cuanto a caras ni detalles, y a los que saludé primero de forma normal y luego haciéndolos chocar los puños en un acto de empatía jovial. Ellos estaban algo así como cuidados por una dama de edad avanzada a la que después reconocí como mi abuela, pero en un lapso más juvenil. Sobre la mesa recuerdo diferenciar algunos papeles, como planillas impresas de Excel, con los cuales los niños jugaban.

Al llegar a mi abuela sentí profunda alegría, la abracé con tanto cariño y amor que ya casi no podía aguantar las ganas de que mis ojos soltaran lágrimas a ríos. Ella se veía joven, compuesta, con una polera blanca manga corta de la que comenzamos a hablar, le dije que me gustaba, tenía los personajes que aparentemente eran los de Charlie Brown, y me decía que tenía al mejor personaje ahí el cual era uno que no pude reconocer, algo como un perro gordo de color café que en la ilustración simulaba el baile típico de Snoopy, además estaba vestida con una chaqueta azul marino muy bonita, y una falda larga del mismo tono.

Luego de esa pequeña charla, ella se puso de pie para comenzar a limpiar la mesa (que luego vi vestida con un mantel verde con cuadros blancos) de las migas, mientras yo me alejé en dirección a la cocina para ir en busca de un vaso con agua para sobrellevar la evidente emoción que sentía, la cual ya no podía disimular. En el acto de abrir la puerta del mueble, y mientras Pablo le daba el respectivo servicio a los invitados, me topo con mi tío Félix, vestido con una polera verde opaco (que seguramente relacione a una que tengo yo), quien me pregunta sonriente, con su característica forma simpática, segura y cercana "¿estái emocionao Felo?", a lo que respondo soltando el llanto sin aguantar más y abrazándolo fuertemente.







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De forma consciente, y no se si a modo de moraleja, puedo concluir que el triunfo no es más que un lapso que se traduce en el esfuerzo que hubo para conseguir algo físicamente momentáneo pero eterno y trascendente, en base a disponer y gastar tus recursos del instante en eso que durará por siempre.


Gracias por leer.





(Miércoles 18 de Septiembre del 2019).





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